Cetrería y cultura material en la Corona de Aragón

La caza con aves de presa adiestradas fue una modalidad venatoria que se difundió y desarrolló por toda el Mediterráneo durante la Edad Media. Se trataba de una actividad muy especializada, que requirió el desarrollo de unos conocimientos técnicos precisos –tanto teóricos como prácticos–  y de unos instrumentos específicos apropiados para poder llevarse a cabo de forma exitosa. Llegar a determinar y comprender adecuadamente unos y otros en la actualidad no es tarea sencilla, pues el gran número de tratados que se compusieron en época bajomedieval sobre la materia –y que constituyen una de las fuentes más valiosas para la investigación– omitieron gran cantidad de información y detalles sobre la misma;  los autores los consideraban de conocimiento común y, por tanto, evitaron una prolijidad innecesaria. Esta es una de las dificultades a la que nos enfrentamos al estudiar los instrumentos propios de la cetrería medieval, los objetos que cazadores y halconeros requerían para la captura, el manejo, el adiestramiento y el cuidado de sus aves, así como para la caza. Con frecuencia, en los tratados de cetrería no aparecen y, cuando lo hacen, apenas se ofrece información sobre ellos, siendo simplemente mencionados. Este hecho lleva a la necesidad de consultar muchas y diversas fuentes para llegar a conocer esta parte de la cultura material de la Edad Media. Por fortuna, los conocimientos y experiencias relacionados con la cetrería se compartían y difundían rápidamente y a grandes distancias, lo que permite aprovechar –con las cautelas pertinentes– las fuentes procedentes de diversos territorios para llegar a obtener una imagen más completa de los distintos aspectos relacionados con la cetrería, entre ellos, los objetos propios de este arte.

En este apartado hacemos una presentación general de los instrumentos más importantes relacionados con la cetrería medieval a partir de las fuentes catalanas, lo que nos permite, adicionalmente, ofrecer una parte del vocabulario técnico de la caza con aves en esta lengua. Para organizar la exposición agrupamos los instrumentos en varias categorías, aunque debe advertirse que estas no responden a una clasificación propia de los cazadores medievales, sino que es nuestra y se plantea únicamente con fines didácticos. Es preciso recalcar, además, que las fuentes consultadas abarcan un amplio periodo de tiempo –al menos tres siglos– y proceden de territorios diversos, por lo que nuestra presentación es necesariamente una construcción artificial y no debe, a priori, asumirse que durante dicho periodo todos los cazadores de lengua catalana empleaban todos los instrumentos aquí expuestos ni los denominaban del mismo modo. La caza con aves fue evolucionando a lo largo del tiempo en muchos aspectos y los instrumentos no son una excepción. Lo habitual fue que se incorporaran en algún momento y fueran sufriendo modificaciones progresivamente, adaptándose a las necesidades y exigencias de los cazadores en cada momento. Las fuentes incluso señalan que en un mismo momento y lugar podía existir una diversidad que apenas alcanzamos a intuir, como por ejemplo, la existencia de instrumentos de lujo, elaborados con materiales preciosos para los reyes y grandes señores –que tal vez solo los emplearan para ostentar– junto a otros elaborados con materiales corrientes para su uso cotidiano o para cazadores de condición inferior. Además, estos instrumentos aparecieron o se incorporaron a la práctica de la cetrería y fueron evolucionando a lo largo del tiempo, junto a la propia actividad y todos los aspectos relacionados con ella. La investigación sobre esta evolución aún se encuentra en fase de desarrollo.

Instrumentos del ave

Capell

En primer lugar, nos ocuparemos de los instrumentos que se colocaban y que portaba el ave. Entre estos, tal vez el más conocido y llamativo sea el capell –capirote en las fuentes castellanas–, que era una pequeña capucha elaborada con cuero que cubría la cabeza del ave. Esta capucha disponía de una pequeña abertura por la que pasaba de forma ajustada el pico del halcón, privándolo de la visión, que era el objetivo fundamental del instrumento. Era bien conocido por los cazadores que sin el sentido de la vista se conseguía que las aves permanecieran tranquilas, pues a través de los ojos recibían los estímulos que provocaban mayor temor y una irrefrenable reacción de huida. Por ello, a las aves salvajes recién capturadas se les cosían los párpados y se mantenían así durante la fase inicial de amansamiento, que duraba varios días, hasta que se les descosían y recuperaban la visión. Las fuentes sugieren que el capell, tomado de los cazadores árabes, se difundió por Europa durante el siglo XIII, lo que significa que fue una incorporación bastante tardía al instrumental de la cetrería, si se tiene en cuenta que esta se difundió por el Mediterráneo hacia el siglo VI de nuestra era. Debe destacarse que, contrariamente a lo que se ha afirmado, la introducción del capell no supuso el abandono de la práctica de coser los párpados del ave, que continuó siendo práctica habitual durante siglos. Con este nuevo instrumento lo que se conseguía era poder privar fácilmente de la visión al ave en cualquier ocasión y mantenerla tranquila, incluso una vez completado el adiestramiento, para devolvérsela en el momento apropiado. También resulta oportuno aquí mencionar otro objeto relacionado con el capell y que nos aparece en las fuentes catalanas. Se trata de los moldes u hormas –denominadas formes– con que se elaboraban estos instrumentos para darles la forma apropiada para que se ajustara a la cabeza de cada ave y no tocara en los ojos y los dañara.

 

Gits y llonga

Tal vez el instrumento más importante de la cetrería era el par de pequeñas correas de cuero que se ataban a los tarsos del ave y que esta portaba permanentemente. El cazador mantenía aferradas dichas correas –denominadas gits en las fuentes catalanas y pihuelas en las castellanas– mientras portaba su ave sobre el puño y, soltándolas, podía decidir cuándo liberarla para que volara. En caso de que el ave intentara volar tras una presa, para posarse en algún lugar o para huir asustada, el cazador podía impedirlo manteniendo aferrados los gits y, tras un breve revoloteo, el ave volvía a reposar sobre el puño del cazador sin que hubiera habido peligro de lastimarse. Cuando el ave no era portada sobre el puño del cazador o del halconero, nunca permanecía dentro de una jaula, sino que los mismos gits eran empleados para atarla al propio posadero donde descansaba y permanecía habitualmente. Para ello era necesaria otra correa más larga que también aparece mencionada con frecuencia en las fuentes con el nombre de llongalonja en castellano– y que por un extremo se ataba al posadero y por el otro a los gits.

Anells y tornet

La mayor parte de los tratados apenas ofrecen algún detalle sobre estas correas –dimensiones, material, forma de atarlas, etc.– y solo suelen insistir en que los estas deben ser blandas y no apretar el tarso del ave, pues de ello se derivan varias enfermedades. Los gits tenían en su extremo libre unas pequeñas anillas de metal (anells en las fuentes catalanas) por los que se deslizaba la longa para poder atar las aves al posadero. Este sistema aparece perfectamente descrito e ilustrado en la obra de Federico II De arte venandi cum avibus y debía ser de uso habitual en la Corona de Aragón, pues la documentación de archivo nos ofrece apuntes que registran la compra y el pago de gran cantidad de estos anells para gits. Sin embargo, no parece que fuera el único sistema empleado, pues fuentes procedentes de otros territorios informan de que los gits, en lugar de portar estas anillas metálicas en su extremo, podían contar con unas hendiduras u ojales en el propio cuero o, incluso, unos nudos o botones que permitían otro tipo de fijación a la llonga. Con frecuencia, entre los gits y la llonga se colocaba una pequeña pieza metálica –denominada tornet en las fuentes catalanas y tornillo en las castellanas– que consistía en dos anillas unidas que podían girar libremente, de modo que a una de estas anillas del tornet se unían los gits y a la otra la llonga. La finalidad de este instrumento era evitar que se enredasen las diversas correas del ave cuando esta permanecía largas horas atada en su posadero y cambiaba de posición dando vueltas sobre sí misma. Como hemos mencionado en la introducción, la mayor parte de estos detalles se omiten en las fuentes y por eso debemos servirnos de información muy dispersa y de procedencia diversa para poder aproximarnos al conocimiento de estos objetos, quedando muchas dudas todavía por resolver.

Esmalts y escuts

Posiblemente uno de los aspectos relacionados con los gits sobre los que más se ha escrito y que sigue, a nuestro parecer, sin aclarar definitivamente, es la cuestión de las marcas o señales de propiedad que portaban las aves para que estas pudieran ser restituidas a su propietario en caso de pérdida y recuperación por parte de otra persona. En las fuentes catalanas encontramos menciones de esmalts y de escuts, que debían ser diminutos colgantes metálicos con el escudo de armas del propietario y que se colocaban al ave, aunque desconocemos el modo exacto en que esto se hacía. Posiblemente se empleara una pequeña correa para atarlo a una de las patas, aunque también es posible que fueran sujetos a los gits de alguna manera. De hecho, en alguna fuente se hace referencia a gits con les armes, lo que señala a la última hipótesis planteada, sin que se pueda excluir que se refiriera al escudo grabado o bordado en los gits, en lugar del colgante metálico. La principal confusión que se ha producido en relación con estos objetos y con los términos vervelle/varvel en francés e inglés, en nuestra opinión, deriva del hecho de que lo que fueron dos objetos diferentes –las anillas de las pihuelas para atar al ave y las marcas de propiedad para identificar a su propietario–, con funciones y nombres propios, en algún momento convergieron en un único objeto que combinaba las funciones de ambos, mientras que la aproximación a su estudio ha asumido, frecuentemente, que siempre se trató de un único objeto.

Cascavells

Otros de los objetos que portaba al ave de cetrería son los pequeños cascavells –cascabeles en las fuentes castellanas– que se le colocaban para poder localizarla por el sonido cuando, durante la partida de caza, esta acababa fuera de la vista del cazador. Normalmente se colocaba un cascabel en cada pata, sujetado mediante una pequeña correa al tarso del ave, por encima del git o pihuela, aunque algunas fuentes indican que el número de estos podía variar –solo uno o dos pares, por ejemplo– y también el lugar de colocación. Se fabricaban de diferentes tamaños y formas para adecuarse a las dimensiones y características del ave al que se colocaban. La documentación de archivo nos informa de la compra de gran cantidad de ellos por parte del rey, con frecuencia procedentes de otros territorios donde supuestamente se encontraban artesanos que los fabricaban de una calidad superior. Puede señalarse en relación con este instrumento, que su función iba más allá de facilitar la localización de un ave alejada o extraviada; cuando el ave reposaba sobre su posadero, el sonido de los cascabeles advertía al cazador o halconero que se encontrara en una estancia próxima de que el ave estaba inquieta, se movía mucho o se debatía por alguna razón. Las aves que tenían piojos se rascaban con frecuencia y el sonido continuo de los cascabeles era un claro indicio de dicha dolencia. Además, el cargar al ave con mayor número de cascabeles pudo ser empleado como estrategia durante el adiestramiento, pues mediante la incomodidad que esto provocaba, el cazador podía acostumbrar a su halcón a no alejarse excesivamente durante el vuelo.

Bragaletto

Por último, queremos comentar un instrumento que recientemente hemos hallado mencionado en algunas fuentes italianas de la Corona de Aragón y que ha recibido escasa atención o ha pasado desapercibido en estudios previos. Se trata del bragaletto y debía ser una especie de arnés que se colocaba al gavilán –las fuentes lo relacionan exclusivamente con esta ave– y que permitía que se mantuviera firmemente sobre el puño del cazador, sin desequilibrarse hacia atrás por la inercia, cuando este lo impulsaba con fuerza tras su presa. Nuestra hipótesis es que el bragaletto pudo ser incorporado al instrumental de la cetrería por los cazadores italianos tras conocer un objeto con función similar empleado por persas y turcos, con quienes los territorios italianos mantenían estrechos contactos. De hecho, existe un grabado europeo de principios del siglo XVII que muestra a un embajador de Persia portando sobre el puño un ave provista de dicho instrumento, lo que constituye una prueba clara de que este se conoció en Europa. Es muy probable que en los reinos de lengua catalana de la Corona de Aragón se llegara a conocer el mencionado instrumento, pues en el inventario que recoge los bienes del duque de Calabria, que fueron enviados desde Ferrara a Valencia, figura un cierto número de ellos. Es de suponer que si el duque, practicando la caza con aves en Italia, empleaba dicho instrumento con sus gavilanes, continuara haciéndolo una vez en Valencia. Sin embargo, no hemos podido localizar, por ahora, ninguna fuente catalana que lo mencione, aunque cabría esperar que se denominara braguer, que es uno de los términos empleados en catalán para referirse al objeto similar utilizado para mantener atadas a las aves empleadas como cimbel para atraer a sus congéneres en otras modalidades de caza.

Instrumentos del cazador

Guant

Entre los instrumentos que portaba o empleaba el cazador y que no iban permanentemente colocados en el ave, el más importante sería el guant –guante o lúa en castellano–, que se empleaba para portar el animal sobre el puño sin que sus garras lastimaran la mano del cazador. Normalmente se confeccionaban solo para una mano, aunque algunos documentos atestiguan la compra por pares, sugiriendo que en ocasiones podrían emplearse en las dos manos. Las escasas fuentes que ofrecen detalles de ellos confirman la idea de que el cuero era el principal material con que se elaboraban, pudiendo proceder de diversos animales, como ciervo o nutria.

Bastonet

Durante la fase del amansamiento del ave, mientras esta estaba privada de la visión por el capell o por tener los párpados cosidos, el cazador la acariciaba frecuentemente con un bastonet. Este instrumento aparece en un buen número de representaciones de pictóricas de personajes importantes y sugieren que esta acción era una práctica habitual, pese a que las fuentes textuales apenas si se refieren a ella. En las mencionadas obras, el personaje en cuestión aparece portando el ave sobre un puño mientras acaricia su plumaje con el bastonet en la otra mano. Con ello se pretendía que el ave se acostumbrara a ser tocada y permaneciera insensible a ello, haciendo que desapareciera la reacción instintiva de huida o de defensa y contribuyendo al amansamiento del animal.

Picador

Durante la siguiente fase del adiestramiento, para amansar al ave, el cazador recurría a lo que en catalán se denominaba picador y roedero en castellano. Se trataba de un miembro de un animal –el extremo del ala de un pollo o paloma, un pie de liebre u otro– que tenía huesos, nervios, tendones y piel, pero apenas carne, y que se ofrecía al halcón o azor cuando este estaba hambriento. En estas circunstancias, el animal pasaba un largo rato 'picando' o 'royendo' sobre el puño del cazador para intentar arrancar pequeñísimos trozos de carne. De este modo, el ave estaba distraída con el picador y su susceptibilidad a otros estímulos del entorno humano que podrían provocarle miedo e impulso de huida descendía y así se iba habituando a ellos.

Tralla y lloure

Continuando con el adiestramiento, llegaba un momento en que el ave debía empezar a volar y acudir a la llamada del cazador. Sin embargo, en estos primeros vuelos en el campo, podría no estar suficientemente mansa y bien adiestrada y podía huir y perderse definitivamente. Por ello, en estas primeras sesiones de vuelo, se ataba al ave una fina y larga cuerda que le permitía volar una cierta distancia pero impedía que huyera en caso de intentarlo. Esta cuerda recibía el nombre de tralla en catalán y fiador –denominación fácil de asociar con su función– en castellano. Tras un cierto número de vuelos con la tralla constatando que el ave no intentaba escapar, se prescindía del mencionado instrumento y se continuaba el adiestramiento permitiendo al ave volar sin ninguna atadura.

Otro de los instrumentos importantes de la cetrería se denominaba  lloure –señuelo en castellano– y era un pequeño cojín de cuero al que se cosían las alas de algún ave, de modo que el objeto simulaba dicho animal. Sobre el lloure se ataba un trozo de carne –o, incluso, otra ave viva– y se movía mediante una cuerda, haciéndolo girar en el aire. Esta era la manera de llamar a los halcones, que acudían volando para atraparlo y comer de él. Así, estando el halcón posado en el suelo sobre el lloure o señuelo, el cazador podía acercarse y recuperarlo ofreciéndole un trozo de comida con la mano enguantada, a la que subía de buen grado para seguir comiendo del nuevo trozo de carne sobre el puño del cazador. Debe destacarse que el empleo del señuelo era el procedimiento habitual para llamar y recuperar a los halcones, de cualquier especie, mientras que el azor y gavilán se llamaban ofreciendo un pedazo de carne en el puño, al que acudían directamente para posarse sobre él y comer del alimento ofrecido.

Carner

Cuando el cazador salía al campo a cazar con las aves, además de un buen número de instrumentos, debía llevar consigo la carne para llamar y alimentar a su ave. Para ello llevaba una bolsa propia de los cazadores, denominada carner en las fuentes catalanas. La justificación del nombre podría buscarse en que, además de llevar la carne empleada como alimento o para colocar en el señuelo, servía para guardar los animales capturados durante la partida de caza. Por otra parte, era frecuente que en el carner el cazador portara algunas aves vivas que podían tener distintas utilidades. En primer lugar, la gallina o paloma  podían emplearse para alimentar al ave ofreciéndole carne de animal recién sacrificado, que era lo que con frecuencia se recomendaba en los tratados de cetrería. En segundo lugar, para recompensar un buen comportamiento durante la caza, pues una gallina viva resultaba siempre mucho más atractiva y apetecible que un trozo de carne. En tercer lugar, y en relación con el punto anterior, cuando un ave no quería acudir a la llamada del cazador mediante el señuelo o mediante un trozo de carne en el puño, quedaba la posibilidad de mostrar la gallina al ave, a la que acudiría más prestamente y facilitando la recuperación de la misma.

Por último, durante el período de adiestramiento, el cazador solía llevar en el carner algún animal vivo de la especie que se pretendía capturar, de manera que, liberándolo en condiciones controladas, el ave de caza aprendía a capturarla. Así pues, el carner fue un instrumento del que el cazador no podía prescindir. Las fuentes textuales apenas ofrecen detalles sobre la forma, tamaño y diseño de este instrumento y, en este caso, son las fuentes iconográficas las que nos ofrecen alguna información sobre el aspecto del mismo.

Tambor

Por último, queremos referirnos a un instrumento que solo recientemente hemos hallado mencionado en las fuentes catalanas. Se trata de un pequeño tambor –denominado tabal o tambor– que el cazador portaba atado en la parte delantera de la silla de montar y que hacía sonar en el momento oportuno para asustar a las presas y forzarlas a salir de su refugio para que pudieran ser atacadas por el halcón. En realidad se trata de un instrumento que debió ser ampliamente utilizado pero que, por alguna razón, fue casi completamente silenciado por las fuentes ibéricas y, en particular por los tratados de cetrería que explican las técnicas de caza en las que con certeza se utilizaba. Sí que lo encontramos, sin embargo, en alguno de los tratados italianos compuestos en el ámbito de la Corona de Aragón.

Instrumentos relacionados con los cuidados de las aves

Perxa o barra

Para mantener las aves de caza en cautividad se recurría a determinados objetos que permitían atender adecuadamente sus necesidades y curar las enfermedades que pudieran padecer. Es necesario referirse, en primer lugar, al posadero en el que reposaban las aves habitualmente cuando no eran portadas sobre el puño de cazadores o halconeros. Las fuentes catalanas ofrecen fundamentalmente los términos perxa y barra para referirse al mencionado posadero, que en castellano era denominado alcándara. La falta de detalles en las mencionadas fuentes nos obliga a suponer que se trataba de sinónimos que designaban una sencilla pértiga de madera que se sujetaba horizontalmente de diversas formas: mediante unas patas, anclada a la pared por uno o los dos extremos o, incluso, suspendida del techo. En realidad, estos posibles diseños los conocemos por fuentes iconográficas –fundamentalmente miniaturas– de muy diversa procedencia. La mencionada obra de Federico II es la que nos ofrece abundantes detalles sobre este instrumento y nos muestra su figura en las numerosas miniaturas que ilustran uno de los manuscritos. Por esta obra sabemos que una perxa podía tener una longitud suficiente para acoger varias aves, que estarían atadas mediante la lonja y separadas entre sí lo suficiente como para que no se alcanzaran y pudieran lastimarse. Según el emperador, la altura de este posadero debía ser la de los ojos del halconero, aunque podemos suponer que existía una cierta variabilidad en la misma. Los cazadores medievales empleaban también unos posaderos bajos en los que las aves reposaban a pocos centímetros del suelo. Sin embargo, las fuentes catalanas son mucho menos claras a la hora de proporcionarnos un término específico para este tipo de posaderos. En uno de los tratados de cetrería se menciona en tres ocasiones un posadero mediante el término cavallet, y en una de ellas se requiere explícitamente que sea bajo, de modo que podemos suponer, con las reservas oportunas, que este era el modo de designar este tipo de posadero.

Bací o llibrell

El cuidado de las aves requería que estas pudieran beber agua y bañarse regularmente. Para ello el cazador podía portar su ave hasta una pequeña charca de agua limpia o la orilla del remanso de un arroyo. Sin embargo, también disponían para este fin de recipientes adecuados que se colocaban junto al ave atada en un posadero bajo, de modo que esta podía alcanzarlo para beber o para bañarse. Este recipiente es mencionado frecuentemente mediante el término bací en uno de los tratados de cetrería más importantes escrito en catalán, mientras que los documentos de archivo –particularmente, inventarios de bienes– nos ofrecen en algunas ocasiones el término llibrell. Este recipiente tenía la utilidad adicional de permitir aplicar tratamientos que requerían sumergir al ave en agua en la que se había disuelto las sustancia medicinal apropiada para tratar alguna enfermedad de la piel de las aves,  normalmente los piojos.

Instrumentos quirúrgicos

El mayor número de instrumentos requeridos por los cazadores para el cuidado de las aves estaban relacionados con los remedios quirúrgicos para diversas enfermedades. Algunos de ellos eran propios de cirujanos y barberos, tales como llancetes, raors, pinces, tenalles, tisores, fill y agulles y se empleaban para practicar incisiones, extraer elementos o cerrar heridas, entre otras operaciones. A este instrumental se añadían ferros o cauteris  comunes de la cirugía medieval, pero adaptados en forma y tamaño para su uso en las aves de caza. Sin embargo, algunos de estos objetos eran propios de los cuidados y la cura de estos animales, tales como las tenalles dels caçadors, fabricadas específicamente para cortar las uñas y el pico y mantenerlos en su longitud y características apropiadas. También eran objetos específicos de cazadores y halconeros las finas agujas metálicas, de características especiales, con las que se reparaban las plumas rotas de las aves, empleándose para unir al fragmento restante de una pluma quebrada, el trozo perdido del extremo. Estas agujas recibían en las fuentes catalanas la denominación de agulles d'escatir, pues escatir –enxerir en castellano– era el término empleado para referirse al injerto de las plumas como procedimiento de reparación de las mismas. Todo el instrumental con frecuencia era conservado en un estuche –estoig en las fuentes catalanas– que permitía que sus elementos no se dispersaran y se transportaran cómodamente, teniéndolos disponibles cuando se requirieran.

 

Instrumentos relacionados con la captura y el transporte

Queremos concluir este apartado sobre los instrumentos relacionados con la práctica de la cetrería en la Edad Media mencionando brevemente los empleados para la captura y el transporte de las aves, aspectos que aún requieren de una investigación en profundidad en el ámbito ibérico. Como sabemos, las aves podían ser tomadas de los nidos antes de volar, o bien, cuando ya lo habían abandonado, en cualquier etapa de su desarrollo posterior. Cada una de estas situaciones requería unas técnicas y unos instrumentos específicos.

Gàbies

En el primer caso, alcanzar los nidos en cantiles escarpados o en altos árboles –en el caso de azores y gavilanes, fundamentalmente– requería de un personal conocedor de la tarea y que sin duda se serviría de algunos instrumentos que apenas han sido descritos en las fuentes catalanas, tales como cuerdas y algún tipo de cesta para extraer las aves y llevarlas hasta su primer destino. Sí que mencionan algunas fuentes mallorquinas las gàbies (jaulas) para transportar los halcones jóvenes tomados de los agres (nidos o mudas en castellano), que estaban recubiertas en su interior por algún material que impidiera que los animales se lastimaran y se deteriorara su plumaje. Como sabemos, las aves de caza nunca se mantenían ni se trasportaban en jaulas y esta sería la única excepción, puesto que se trataba de un periodo breve y de aves muy jóvenes que todavía no mostraban el comportamiento tan arisco que en otras aves de mayor edad llevaría a que se estropearan su plumaje.

Arany

Para la captura de las aves adultas o aves jóvenes que ya volaban se empleaban técnicas diversas, aunque las redes parecen haber sido la más frecuente y la que encontramos mencionada en alguna de la fuentes catalanas con el término de arany. De aquí derivaría aranyenc (araniego, zahareño en castellano) como designación del ave capturada una vez abandonado el nido y que ya es capaz de alimentarse por sí misma. La persona especializada en la captura de aves para la caza recibía el nombre de parador (redero en castellano). Esta persona, para transportar el ave recién capturada y salvaje de forma segura sin que se lastimara y deteriorara su plumaje podía inmobilizarla mediante un trozo de tela en el que la envolvía o también coser los párpados para privarla de la visión. Estas técnicas de manejo de las aves recién capturadas las conocemos por fuentes de origen diverso y no podemos precisar muchos detalles sobre cómo transcurría el proceso en la Corona de Aragón ni los términos empleados en catalán en relación con este aspecto de la cetrería. Aunque referido a la inmovilización requerida por una cura, uno de los tratados catalanes de cetrería emplea el término plegar, y el instrumento usado era una tovallola. En este sentido,  es muy posible que los paradors o rederos emplearan los mismos términos y objetos que los cazadores o halconeros.

Escala

Para transportar un gran número de aves de caza a grandes distancias, bien por requerirlo el rey u otro gran señor, bien para su venta por parte de un mercader, se empleaban unos bastidores rectangulares de madera en el que podían ir posados y atados un buen número de animales –incluso más de diez. Este objeto era portado por una persona que se colocaba en su interior y se lo colgaba de los hombros. A este instrumento es al que parece aludir con el término escala un documento en el que se solicita el transporte de numerosos halcones del rey Fernando el Católico. Sorprendentemente, en los documentos del rey Fernando se alude, para transportar las aves, a escales y cavallets –que hemos mencionado entre los posaderos– y precisamente estos dos instrumentos se muestran en un magnífico fresco de la Torre dell'Aquila del Castello del Buonconsiglio (Trento, Italia, c. 1400), en el que se representan dos personas transportando aves de caza. En general, las fuentes ibéricas medievales apenas mencionan estos instrumentos y tal vez la más conocida fuente castellana sea el Libro de la caza de las aves, en el que Pero López de Ayala aclara que «nos dezimos como varas».

 

Última actualización 16.04.2021
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